viernes, 1 de agosto de 2008

Nostalgia

Para todos los aviadores y capitanes de barcos callejeros.

Parece hoy, no, es hoy, pues el tiempo no pasa para la nostalgia calurosa…

Sucedía de mañana, bien temprano, sin los autos aparcados en la orilla de los ríos, formados por la lluvia tempestuosa de la noche, que asustaba a los mas grandes, pues los chicos con su ojos de diamantes, esperaban, el placer de bogar en la corriente generosa, con sus barcos de papel en armonía.

La corriente impetuosa de la calle, los hace avanzar titubeando y de costado, como sin timón hubiesen estado, por los misterios de la náutica callejera.

De papel satinado o enmantecado, ese, que en la panadería al tibio pan protegía, de las manos alegremente sucias del pequeño que aprendía. Y en silencio se decía -¿Porque el barquito, si está bien hecho, se le hundía?

Barquitos de papel, nostálgicos recuerdos de otros tiempos ya pasados, ya las calles no están para navíos, y en las plaza las fuentes ya suplieron, la corriente incontenible de esos ríos, que de barcos de colores se nutrían.

Por la tarde, ay que alegría, por la tarde, tardecita, se juntaba la bandada de pequeños aviadores, hilo de coser del costurero de la abuela, papel de seda, “prestado” por don Rolfo en la tienda de la esquina, una vela en miniatura que encendiera, y a volar como una estrella descarriada, agitando su cola de pañuelos coloridos, de la mercería de la buena y fiel María, a dos puertas de la casa que era mía.

Cuatro palitos se amarraban en sus puntas, a ocho mas pequeños e indefensos, que sostenían con cariño el armazón del barrilete. El papel “prestado” por Don Rolfo, abrazaba con amor el perfil de la aeronave, en su techo sostenían cuatro hilos, una cúpula de seda ya adherida. Y en el centro, en el centro, la velita, minúscula velita que encendida, hinchaba de caliente aire la cúpula vestida, con un despliegue que envidiaban entendidos ingenieros de aerovías.

Y a volar, a volar aferrado con un hilo de coser de color y fantasía, ascendía con orgullo en la tibieza de la noche, opacando con su brillo incandescente las estrellas, que escoltaban con orgullo el barrilete, que con gracia en la noche se mecía.

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